De los clásicos y de cómo, por qué y para qué escribimos. De la autoficción a la curación con parada en la eternidad

En este post, Nuria Labari, estudiante de seminarios de estudios avanzados de la ECH reflexiona sobre las cosas que se estudian en la Escuela y su relación con la palabra poética y curativa. Es un texto que escribió para sus compañeros de Seminario pero se lo hemos robado y lo compartimos aquí (el tono es por tanto entre gamberro y privado). Pero  nos ha parecido interesante compartirlo. Labari empezó estudiando Antigos y Nosotros y acaba de publicar la novela “Cosas que brillan cuando están rotas” que ha dedicado a sus compañeros de Seminario de nuestra Escuela. Los que aún no vengáis a la ECH podéis solicitar ya vuestra beca para el próximo curso.  Os dejamos con esta reflexión sobre palabra y curación.

Llevamos años estudiando la palabra sensible en los clásicos. En hebreos (biblia), griegos (Parménides, Platón, Homero, Plotino…) y modernos (Freud, Jung, Rilke, Eliot, Joyce, Kluge, Berger…) Podríamos compilar aquí la selección de textos revisados para evaluar el camino recorrido, podríamos asombrarnos y felicitarnos. Pero, bibliografía a parte, lo que está claro a estas alturas es que vamos cercando cada vez más eso que llamamos palabra sensible. Aún nos cuesta definirla, pero la hemos sentido más de una vez. La hemos hecho nuestra y hemos sido eternos en ella al menos una vez. En lo que a palabra sensible respecta, este seminario ha perdido ya la virginidad. Nos hemos follado la palabra sensible (y uso esta imagen dado que hablamos de la palabra que atraviesa), sabemos distinguirla si pasa cerca y somos capaces de penetrarla o dejarnos penetrar, cada cual a su manera. De esto va el viaje y nos gusta. Porque nos permite “tocar con la punta de los dedos la cosa en sí, el objeto de pensamiento y el ser mismo del pensamiento”. Es algo así como estar en la pomada de los Dioses.

La pomada de los Dioses es buena y es bella y es verdadera o al menos es lo que nos permite hacer caer ese velo de falsedad que a veces se posa sobre la vida. No es postureo, va en serio. A estas alturas, nosotros no leemos para ligar ni para molar, tampoco ya para ser más listos ni para parecerlo. Dejo a parte aspectos curriculares que probablemente nunca nos preocuparon mucho a ninguno de los presentes. Entonces ¿por qué coño trabajamos tanto? ¿por qué llevamos diez años leyendo y enfrentándonos juntos y a solas a textos siempre oscuros, difíciles de desentrañar, abstractos y nunca, nunca, nunca jamás literalmente entretenidos? Nosotros, amantes todos de las buenas series de HBO y de aquel otro pensamiento ¿cómo se llamaba? Ah sí, ficción.  Nosotros todos que tenemos todos los libritos de las letras doradas de Gredos.

Nosotros seguimos en esta lucha porque sabemos que la palabra sensible tiene efectos sanadores en quien la recibe, en quien la lee, escucha y siente. Hemos emprendido un viaje y sabemos que antes o después, ese viaje nos llevará al infierno. Nos llevará a nosotros o llevará por los pelos a quienes amamos delante de nuestras narices. Vamos a masticar el abismo. Sabemos que antes o después descenderemos al Hades y sabemos que, cuando eso suceda, vamos a necesitar palabras.

Al Hades nos llevan las palabras y del Hades sólo volveremos con ellas. Los que no manejan la palabra sensible pueden pasarse la vida viajando de una miseria a otra. Y no hablo del Hades de Parménides sino de la miseria de los miserables. A los literales de este mundo, a los ingenieros precavidos y masterizados les llevará a su infierno particular un despido, una ruina material, una herencia, un grano en el culo o una línea en el curriculum vitae. Es posible que nunca regresen. Puede que uno no sepa cómo ha caído tan bajo, pero una cosa es segura: va a necesitar palabras para regresar. En todo caso, cuando los miserables consigan hacerlo, cargados de toda la farmacopea química y floral disponible, se encontrarán con que les espera de este lado la vida: un despido, la enfermedad, el abandono, el divorcio, las arrugas, el sobrepeso, el cáncer, la muerte de los suyos… No hay escapatoria. La ruina del ethos nos espera detrás de una esquina. A todos. Aunque será más dura con algunos.

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Por nuestra parte, después de años de estudio, estamos casi seguros de que el trastorno de carácter es más común hoy que nunca antes. Porque nunca el salto entre aquello que conocemos y lo que no podemos saber fue mayor. Especialmente porque hoy no aceptamos que exista ese salto. Personalmente, pasé uno de los años más duros de mi vida estudiando la Biblia (el texto más oscuro jamás publicado) para ser capaz de decir en alto dos cochinas sentencias.

1.    No hay retribución (gracias Eclesiastes).

2.    Hay cosas de las que no podemos saber (gracias Antiguo Testamento).

Tardé mucho en poder pronunciar estas dos frases por dos motivos. Uno: que he sido educada en un mundo literal racional que aspira a poder saberlo todo y dos, he crecido en una cultura del trabajo y las emociones retributiva y mentirosa.

Total, que la palabra sensible nos permite pisar las huellas de los otros, atravesar la realidad y el abismo y está directamente relacionada con la felicidad.

Perfecto, fenomenal, gracias a todos, por eso estamos aquí. Bien, bien, superbién.

Ahora bien, confieso que a mí me resulta insuficiente. A vece pienso que este Seminario ha renunciado a la escritura, a la creación de palabra sensible. A veces creo que estamos estancados en el análisis. Porque creo que con todo lo aprendido, hemos puesto en duda el sentido de la creación misma. Es decir, de si es la escritura o no sanadora. Si puede curarnos o curar a los demás.

Me gustaría hablar de si es posible o tiene sentido escribir desde este punto de vista de la curación o la conexión del escritor con el Universo, el cosmos y el Hades. ¿Lo tiene? ¿Podemos escribir desde ahí? Seguramente nadie nos va a publicar, de hacerlo nadie nos leerá y de hacerlo, no nos entenderán. No, al menos que escribamos para mortales y renunciemos a tener un pensamiento para el todo y una palabra para los dioses. Es decir, los humanos pasarán de nosotros. ¿Y los Dioses? ¿Lograremos escribir algo que toque eso que llamamos Universo con la punta de los dedos? ¿Algo de verdad transcendente? ¿Lograremos escribir con palabra sensible? ¿Seremos capaces de crear palabra sensible como lo hacen los autores de nuestra seleccionadísima bibliografía? Seguramente no. De hecho, no. No vamos a poder. Yo no voy a poder. Entonces ¿tiene algún sentido curativo escribir? ¿Tiene algún sentido escribir?

Voy a sostener que sí.

Lo primero voy a abordar el tema de si la escritura que nace de una necesidad terapéutica puede o no ser buena literatura. Estoy pensando en declaraciones de escritores contemporáneos a los medios del tipo: “Escribo porque lo necesito”, “Escribir me sienta bien”, “Escribo para ordenar el mundo”, “Escribir me ayuda a controlar mi locura” … Ya sabéis, toda esa farfolla… Escribir no es una terapia ocupacional. No hablamos aquí de esa clase de curación. Ni de esa clase de escritura. Es decir, si lo que experimenta el sujeto es una gran necesidad de hablar solo o de crear mundos paralelos o de viajar con sus personajes pues quizás debería pasarse a las drogas de síntesis. Esta es otra razón para no escribir hoy.

¿De qué podemos escribir hoy? ¿Acaso ya está todo dicho? La palabra sensible, por lo demás, se ocupa de lo que no se puede nombrar. ¿Podemos escribir hoy de ello? Por amor de Dios, hasta Rilke nos parece torpe cuando intenta retomar el aliento de los clásicos (vale, nos estamos pasando, que no salga de aquí). Es aliento, sí, pero huele un poco. Calienta, pero huele. (O eso dice Maria, mi colega de pupitre).

Ahora bien, con todo lo que hemos visto creo que podemos afirmar que la creación con palabras, el trato con ellas es lo único que nos permite establecer un diálogo entre nuestra intimidad y el Universo. Cuando hacemos esto, estamos creando palabra sensible. En este sentido, creo que la palabra sensible está inexorablemente relacionada con la intimidad y con la experiencia. Ese punto donde la biografía se sale del diario personal para dialogar con el Universo y el pensamiento y entonces todo estalla. Ahí, justo ahí, en ese trueno, la escritura es sanadora. Como mínimo será curativa para su autor, pero es que además es la única forma posible de alumbrar la eternidad, de retomar ese diálogo original e irrenunciable de los clásicos con el cosmos. No podemos renunciar a la escritura, no mientras haya Hades.

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Ahora bien, qué es escritura.

Es escritura es lo para hablar con el Universo. Lo para atravesarlo, es necesariamente palabra sensible. Y aquí creo que habrá palabra sensible en la media en que el autor se juegue la vida y la experiencia. No nace la palabra sensible de la mejor peripecia o la trama más apasionante. Dicen que la literatura de la experiencia es propia de los autores jóvenes y que luego ya escribes de todo lo demás. Últimamente sospecho que no, que sólo he visto aparecer la palabra sensible en ficción cuando la intimidad es la catapulta hacia el todo, hacia el hades hacia la nada. Cuando el autor se eleva sobre su relato y se esmera en acariciar el cosmos. A veces pasa, sigue pasando, lo acabamos de leer en Wainaina, Audur Aba Olaf Dötir, Tomás González… Y por supuesto, lo leemos en la poesía. En casi toda la poesía porque, de alguna manera, la poesía es un género de experiencia, más sí cabe que la novela, por mucho que diga lo contrario Octavio Paz.

Sí y sí a escribir, pero no sólo.

Hemos leído para tocar la palabra sensible y escribo a ratos para crearla.

Ahora bien ¿es la escritura la única manera de crear palabra sensible?

La respuesta es no. Desde luego, la escritura es una manera de transcender en nosotros mismos. Cuando eso sucede podemos darnos por contentos. Es nuestro camino para tocar la eternidad. El que crea que la escritura le ayudará a conseguir cierta clase de inmortalidad .

Pero además podemos crear palabra sensible para trascender en los otros. Mi madre crea palabra sensible, mis amigos también, yo tengo que crear esa palabra para permanecer en mis hijas. Cuando las personas que amamos se mueren, entonces necesitan la palabra para volver, para aparecerse, para ser en nosotros. También en ese viaje necesitaremos las palabras. Y me doy cuenta de que no sólo la creación y la escritura generan palabra sensible. Cada día, cada tarde, cada merienda es un ejercicio de creación, seguramente inconsciente, pero que hemos aprendido a través del tiempo.

Debemos escribir para transcender en nosotros mismos, si es que esto tiene algún sentido. Pero debemos vivir con palabra sensible para poder volver de los muertos cuando llegue el momento. No hay manera de renunciar a la eternidad, de una u otra manera, en la escritura, en la vida o en las lecturas de este seminario, estamos destinados a atravesar el Universo. Porque, después de todo, nosotros somos hijos de Apolo.

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