Por qué leer a los antiguos

Es un hecho. Lo que más nos cuesta es seducir a los nuevos alumnos, explicar lo que hacemos, lo que leemos, lo que creamos, lo que viajamos… Es un hecho también que tenemos una tasa de permanencia de nuestros alumnos de más de un 80% (muchos se quedan porque entienden que la formación no termina con un titulito o con un puesto de trabajo… Esa clase de gente es la que viene a la ECH). De los que se quedan, muchos aseguran que los viajes son fundamentales para el aprendizaje. Hoy Liliana Zambrano, estudiante y profe de nuestra Escuela, nos explica por qué viajar y estudiar con los griegos. Si te llama pide tu beca (estamos buscando 12 nuevos estudiantes a los que becar…)
En Atenas la belleza se da por hecho. La han conocido en tiempos antiguos, la han tocado. Hoy ante la mirada del Partenón, se mueve una ciudad distinta, como si nada. El Ágora está rodeado de otro centro, otro mercado, donde pocas cosas se parecen a las que pasaron por allí en anteriores edades de la Tierra. Arriba de la colina, el templo de Efesto mantiene su magnificencia, indiferente ante los edificios que abajo se caen de puro abandono.

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En Esna, Egipto, entre casas a medio hacer con adobe y zinc, por calles sin asfalto ni aceras, y mientras pasan 6 en una moto, excluyendo cascos e incluyendo niños, se abre el terreno, y a una profundidad de 9 metros bajo nuestros pies aparece el templo en honor a Jnum, dios de la noche. Desenterrado, sin pertenecer al entorno, seguramente está deseando volver a estar bajo tierra.

Jerusalén, donde pocos metros cuadrados han reunido un muro, una explanada y un templo sagrado para pueblos diferentes hoy es centro de hostilidad que imposibilita cualquier convivencia de lo divino.

En Agrigento, un poco al margen del valle de los templos, está cerrado a la visita de los turistas y dejado en el olvido el templo de Asclepio. Sanar allí gracias al ayuno y al silencio, permitiendo que afloren las imágenes que nos unen a los humanos, ya no es posible.

Por qué leer a los antiguos

Nosotros somos los que estamos hoy de paso por esos lugares. En estos viajes y en otros, a lo largo de años de seminario, hemos creído ver los testimonios del paso de la divinidad por este mundo, y probablemente, también de su partida. Una mirada rápida parece demostrar que no queda nada de los antiguos, que no hay nada que buscar. Pero nos damos cuenta de que no es así: los hemos estudiado, los hemos leído, y hemos adquirido la habilidad de desvelar lo que se esconde detrás de lo aparente.

Leer a los antiguos es aprender a leer, porque ellos escribían con otras palabras que nosotros hemos olvidado: las palabras sensibles. Son sensibles, porque como un sentido más, tienen el poder de percibir. Son evocadoras, como un olor que se ha quedado impregnado en nuestro recuerdo. Son musicales porque buscan su propio ritmo. Son esclarecedoras, porque aun siendo oscuras convierten en visible lo invisible. Y tocan… se asoman a las grandes verdades y las tocan con los dedos, para volver y dejarnos un gusto a eternidad en los labios.

Pero para los antiguos tenían un poder más, mucho mayor: las palabras sensibles curaban.

Atenas, y Jerusalen, y Agrigento y Esna son ejemplos ahí fuera de lo que también pasa, a veces, dentro de nosotros. También nos marchitamos, tenemos sombras, somos contradictorios, sufrimos. Fracasamos, perdemos a quienes queremos, o a veces, sin razones aparentes, estamos tristes. También nosotros necesitamos palabras que curen, palabras que nos conecten con el todo, y con todos.

Tenemos el legado en Platón, en las tragedias griegas, en los textos de La Biblia, en la filosofía antigua… Y leyendo, vamos adquiriendo la obligación de recuperar esas palabras, de dotar a la creación de hoy de este poder. No nos conformamos con que los dioses huyan a lo celeste, y que la tierra quede solo para los humanos y sus asuntos. No nos resignamos a no distinguir en el infierno lo que no es infierno, para poder darle espacio y hacer que dure. Como un oasis en el desierto.

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Si alguna vez nos convertimos en antiguos, y unos como nosotros en un futuro lejano nos leen, queremos que también ellos descubran que hemos honrado, de alguna forma, ese poderoso don de la palabra sensible. Solo vamos a conseguirlo si leemos a los antiguos, si no renunciamos a conectar con lo que es más grande, más infinito, más inescrutable.

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