Las palabras ante la pérdida de una hija
Conocemos a Pilar Orlando, una mujer que ha sufrido la pérdida de una hija durante el parto. Descubrimos cómo la pérdida de su bebé le afectó hasta el punto de no ser capaz de expresarse con palabras. Y nos explica el proceso que vivió hasta que pudo verbalizar las primeras frases. Esta conversación forma parte del trabajo de investigación “Los lugares de las palabras” dirigido por el escritor Alejandro Gándara.
Fui al hospital para dar a luz. Cuando llegué, le dije a la doctora: “me la tenéis que sacar ya porque yo no la estoy notando normal”, pero ella me dijo que no me preocupara, que no iba a pasar nada. Sin embargo, cuando me la fueron a sacar, se había muerto. Fue algo tan increíble…a lo mejor hay personas que no lo comprenden tanto como cuando se te muere un hijo mayor, pero este era un hijo igual. No me importa los años que tuviera porque era mi hija y había estado 9 meses esperándola, disfrutándola…
Lo primero que me pasó es que se me fueron las palabras y en la consulta empecé a gritar como una auténtica animal, era lo único que podía hacer. Después del primer grito me empezaron a salir algunas palabras, que eran ‘“no, no, no, no…” como un mantra absoluto, repitiéndolo y repitiéndolo infinitas veces. No podía decir otra cosa y era lo único que me tranquilizaba. Decía esa palabra que me parecía que podía solucionar algo, pero en realidad solucionaba nada.
Me hicieron la cesárea y me sacaron a la niña. Me desperté de la anestesia y lo primero que hice fue preguntar, para que me dijeran las palabras: “tu hija está bien”, pero dije: “¿es verdad lo que me ha pasado?” y cuando me dijeron sí otra vez…fue la peor palabra que podían haberme dicho en ese momento. Fue durísimo. Entonces otra vez empecé a decir: “no, no, no”… y durante muchos días me mantuve con esas palabras. No podía decir otras.
Mientras decía “no, no”, veía la cara de mi niña todo el rato y me acordaba del momento en el que me habían dicho: “se ha muerto, se ha muerto…” Y lloraba y lloraba…y no podía decir absolutamente una palabra.
Las palabras que me decían los demás eran odiosas, no las soportaba. Todas esas palabras de consuelo eran horribles. Sin embargo, yo tampoco tenía palabras para mí. No había.
La gente siempre te dice cosas que son absurdas, “está mejor así, porque imagínate si llega a nacer y está enferma” y yo decía: “¿y qué pasa si llega a nacer y está enferma?, es mi hija. ¿Qué palabras me estás diciendo”. O el médico me dijo: “Bueno, has perdido un hijo, pero ya tendrás otro”. Las palabras en ese caso solo podían hacer daño, y las que yo pudiera decir también. Por eso me quedé prácticamente sin palabras, del ‘no’ pasé al ‘por qué’. Fueron como dos mantras que me entraron en la cabeza y la gente me decía: “pero sal de ahí, habla…” Era mi cumpleaños el día que murió la niña y todos querían celebrarlo después, pero ¿qué quieren celebrar? ¿cómo van a celebrar?
Realmente durante todo este proceso tan doloroso, lo pasé tan mal y sufrí tanto yo y los de mi alrededor…Las palabras también siguieron un proceso. Primero la desaparición, donde yo solamente podía gritar y expresar mi dolor como si fuera un animal. Mas tarde empecé con monosílabos, negando aquello que me había pasado, no queriendo escuchar absolutamente nada que me decían y posteriormente ya fui elaborando un poco más. Es como el proceso mismo del dolor, cuando sientes la puñalada y cómo se va curando. Después del ‘por qué’ ya empiezas a elaborar una frase con un verbo, luego puedes elaborar una frase con sujeto y predicado, estás un poco mejor.De repente le pones un complemento directo, le pones el circunstancial y entonces sales a la calle…
Mi proceso fue ese, las palabras desaparecieron y conforme el dolor iba siendo más pequeño iban volviendo a aparecer.