La importancia de aprender a mirar

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Los individuos, vayan a ser escritores o no, tienen que aprender a mirar, y mirar significa pensar, considerar el otro modo de las cosas, pues las cosas no tienen un solo rostro. Esto es el fundamento del aprendizaje: las modalidades que presenta eso que llamamos real, el amor, la democracia, el trabajo, la pérdida, la identidad, la razón, el consuelo, la vida buena…

Mirar –y en consecuencia, escribir-, por tanto, no es revelar lo extraordinario, lo singular, lo original, salvo en la medida en que abre posibilidades de trasfigurar la vida tal como la hemos heredado o tal como nos la presentan los sistemas convencionales de explicación y significado. No tiene valor de reportaje, sino de conocimiento.

Tal aprendizaje no comienza por un repertorio de técnicas o de estrategias para producir un resultado satisfactorio, sino por una confrontación directa e integral con la forma en que pensamos el mundo, por la manera en que lo pensamos nosotros.

El proyecto literario es, en consecuencia, un a posteriori. Querer ser escritor antes que nada, marcarlo como objetivo superior, es condenarse a escribir sin decir nada o a repetir lo ya sabido. Así se entiende el famoso terror a la página en blanco, que no es más que el pánico a la propia mente, vacía de toda propuesta diferenciada e incluso de cualquier interés personal por ella.

Si la escritura puede ser formulada como una necesidad, no así el trabajo profesional del escritor, que puede realizarse a partir de un peritaje más o menos complicado o siguiendo pautas de mercado o con exitosas ocurrencias de una u otra índole. El escritor profesional debería ser el producto no consciente del desarrollo de la atención, de la concentración y de la búsqueda de los rostros que la realidad esconde entre las sombras. En fin, como dirían los antiguos griegos, de la construcción del carácter.

Todo ello implica estudio, meditación, contraste. Es lo que ofrece la Escuela Contemporánea de Humanidades en sus distintos programas, más allá del pensamiento académico o erudito, al referir sus objetivos a un debate personal y colectivo con las distintas formas de sentir el sentido –es decir, sentimientos- en el mundo antiguo y en el contemporáneo. Es filosofía en el sentido de amor a la sabiduría, pero haciendo hincapié en lo que significa amor (una transformación y un aprendizaje apasionados), en vez de hacerlo en la acumulación de conocimientos. Y es, sobre todo, comprensión de la vida -propia y ajena, individual y colectiva, presente y pasada-, de nuestra vida y de las que nos precedieron. A esta comprensión que nos hace sentir que somos, que estamos aquí, que en este momento estamos vivos, Aristóteles lo llamó felicidad.

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