Obra de Juan Antonio Presas

Exposiciones 2007. Alicia Diseminada III

Basta una moqueta segmentada en forma de damero de ajedrez para convertir una sala de exposiciones en el mundo A Través Del Espejo. Basta con saber que Alicia es el mito de tantos esquemas de identidad en la creación artística contemporánea para alzar con ella un pequeño santuario a la Diferencia Cultural. Basta, en definitiva, con recorrer durante un año el trabajo de quince artistas plásticos para comprobar que Alicia es como la Virgen María del imaginario posmoderno.

En efecto, existen realmente pocos iconos femeninos que puedan rivalizar con la Virgen, si no es porque nuestra Alicia es coronada reina al final de su juego de ajedrez existencial. Ya se veían en Alicia los rasgos de la madonna dado su extraño afecto maternal hacia un bebé convertido en cochinillo, pero si nos atenemos al imaginario visual de la Virgen a través del arte, entonces las metamorfosis de Alicia serán catalizadores de la ya suprema elasticidad de la figura mariana y sus resonancias materiales: Maria Hortus, Maria Caelum, Maria Firmamentum, Maria Horizon, Maria Lux, Maria Terra, Maria Campus, Maria Fons, Maria Murus, etc, son ahora Alicia Diminuta, Alicia Gigante, Alicia Telescopio, Alicia Corre Lo Que Puedas Para Permanecer En El Mismo Lugar, etc. Alicia es la metamorfosis de la forma tal y como en su día María era la vida de la Materia. Alicia es el pasaje moderno por excelencia, es decir, la fábula que narra las metamorfosis paganas del cuerpo precisamente para producir ironías o contradicciones lógicas sobre la aparente inmutabilidad y rectitud del sentido del Ser. Alicia es también, como consecuencia de esto, una transubstanciación cristiana de la carne y un giro mariano del materialismo.

El icono de Alicia es moderno por subvertir la propia iconografía de la Virgen pero también por rescatarla, como Leopold Bloom fue el nuevo Ulises subvertido por Joyce para rescatar a Homero: como Lewis Carroll sería el nuevo San Lucas, si es cierta la leyenda de que San Lucas fue el primero de una larguísima estirpe de artistas que retrató a la Virgen. Esta exposición sólo ha sido una muestra, casi sociológica, de que los mitos no están muertos, que a lo sumo son sustituidos por otros mitos modernos, pervivencias de mitos aún más antiguos y olvidados, pero no por ello menos metamórficos ni prescindibles. ¿Y por qué ese empeño moderno de rescatar las formas de las imágenes antiguas sin restaurar su contenido sacro? Diría la Duquesa Fea que para cuidar del sonido, que ya el sentido sabe cuidar de sí mismo. Pero ¿cuál es el sonido de Alicia, ese timbre que retorna de un pasado de fábula?¿Cuáles son las formas inmortales, las pervivencias estructurales de una Alicia y una Virgen irreconocibles?. Debemos a Mercedes Réplinger, profesora de historia del arte en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, el haber puesto al descubierto este sonido intempestivo de Alicia en los oídos de todos nuestros artistas. El hilo rector de Alicia parte siempre del Autorretrato Del Artista En Traje De Rayas, una constante que hemos podido comprobar en casi todas las versiones, no importa si eran alicias góticas, cómicas, domésticas, manieristas o costumbristas, siempre portaban un traje de rayas. Sorprende descubrir, sin apenas proponerse nada semejante, que la verdadera conexión entre los artistas no ha sido en absoluto el ingente material documental que sobre ella puede encontrarse en internet sino un diseño formalista de lo más sencillo y anacrónico.

En la medida en que no puede agenciárselo ningún estilo (a pesar de haber sido utilizado por todos) este tejido cinético y diabólico en tiras blancas y negras, al parecer íntimamente asociado al demonio en la Edad Media, y cuya resonancia en los trajes de prisiones, desde los calabozos a los campos de exterminio, raya la labor de los trabajos forzados, es el timbre del mito aliciano que resuena en todas las versiones: el lenguaje gráfico de la sonoridad aguda y repetitiva en los comics. La genealogía de ese atuendo rayado la supo ver Réplinger en el autorretrato de Courbet, que pinta un paisaje de atelier mientras su modelo permanece en pie y desnuda contemplando el trabajo del artista en pantalones grises y a rayas. De Courbet a Duchamp, pasando por Picasso, este blanco y negro diabólico, que ya se puede achatar como un sesudo damero de ajedrez o bien estirar como una loca espiral psicodélica, es el parpadeo demoníaco de la presencia y la ausencia, un parpadeo que ya no cree en el bien ni el mal sino en la ambigüedad de la izquierda y la derecha, la relatividad de lo que está arriba y lo que está abajo, la labilidad de lo que viene antes sobre lo que viene después. Buscando el icono de Alicia, el rostro de la pregunta inocente, e inocente por lógica, en la cara moderna de alguna buena salvaje, hemos encontrado un código de barras tan sintético como una sonrisa sin gato. Alicia no puede pervivir sin su traje a rayas ni la Virgen María sin su manto de nubes, porque si algo nos ha mostrado la semiología, esa ciencia de las diferencias, es que las obras de arte de la tradición, los cuadros figurativos, eran a menudo sólo pretextos para los cuadros abstractos que los pintores tenían en mente. Esa mirada tuerta del artista en traje de rayas, escorada siempre por el blanco y el negro de la fotografía, muestra con su binaria búsqueda de matices la evidencia de cómo muchas Anunciaciones eran sólo excusas para construir un suelo ajedrezado en la alcoba de la Virgen de Nazareth.

Obras de Irene Aranda y Mariano Lopez

Así sucede también en dos obras realizadas expresamente para la exposición colectiva, Alicia Diseminada, en la sala Tribeca. La obra de Vicente Alemany, El estanque de Alicia, una instalación de fotografías dispuestas en el suelo a modo de tablero de ajedrez. La serie fotográfica de Alemany reproduce los efectos de superficie generados por el conflicto de las aguas turbias y los reflejos cristalinos de los canales venecianos. Dispuestas en el suelo como los adoquines venecianos que tanto inspiraron a Proust, estas mareas de colores reflejados sobre la opacidad del canal parecen serpentear gracias al rayado ondulante de las filigranas acuáticas. Los reflejos distorsionados sobre el agua inducen a una nueva psicodelia del modelo estructural del traje de rayas, producto del parpadeo pictórico entre el plano abstracto a la americana y el fondo claroscuro a la italiana. Las imaginaciones acuáticas de Alemany están bañadas en pintura porque están a medio camino de lo acuático y lo sanguíneo, allí donde las ondas del espejo reproducen la danza de los cuerpos, donde Alicia se desliza por el sinuoso relieve acuático tomando todas las formas, todas las metamorfosis, pliegue contra pliegue y hasta el infinito.

Otra cámara fotográfica, la de Jorge Lago, ha captado este cruce de rayas en la Alicia moderna. A partir de una serie sobre la ciudad de Nueva York, ese mundo a través del espejo, encuentro del ojo con el reflejo de los rascacielos, los escaparates y lunas de automóviles, donde saltan infinidad de alicias contemporáneas que pasean, descansan o meditan por las calles, parques y museos de la gran ciudad portando tejidos modernos sobre pasos de cebra, luminosos y estructuras de neón. En una de las instantáneas de fuerte composición geométrica Lago descubre una niña pequeña obnubilada ante un célebre Morris Louis del Metropolitan Museum. La pintura de este expresionista abstracto se caracteriza precisamente por el tintado del lienzo plegado con regueros de color. Los trazos de pintura de acción generados por la muy reconocible estructura de rayas cruzadas de Morris Louis producen un efecto de desdoblamiento sobre el lienzo plano como si de un Test de Rorschach se tratara. Esta bisagra entre dos manchas de pintura a rayas es ahora ocupada por una Alicia moderna, que se aloja en la brecha con la misma temeridad ingenua que el personaje de Carroll incide en la fisura ontológica que constituye el lenguaje. No existe modo más sencillo ni más hermoso de abrir el obturador.

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Tres Tristes Tigres